miércoles, 1 de marzo de 2017

Las palabras hieren... y no se las lleva el viento #EducaIguales

Desde el MOOCintef  Educar en Igualdad nos proponen reflexionar sobre la importancia fundamental del lenguaje, cuyo uso no es neutro y sobre el contenido de las palabras utilizadas para insultar a una mujer o a un hombre con este caso, uno de tantos...

Mary Beard vía Wikimedia Commons
La feminista e historiadora Mary Beardgalardonada el 26 de mayo de 2016 con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, en 2015 fuera blanco de insultos a través de las redes sociales por su apariencia física no por el contenido de su programa “Venga, cállate, querida” [BBC[Vídeos]  sobre cómo los hombres a lo largo de la historia han tratado de callar a las mujeres en el British Museum. A raíz de estos insultos, muchas personas se manifestaron en su apoyo, especialmente mostrando admiración por su labor de divulgación, sus investigaciones y su libertad. Así lo hicieron la periodista Elvira Lindo, quién publicó Las palabras hieren y Daniela Jerez que hacía un análisis similar en Quién es Mary Beard y porqué ha inspirado miles de mujeres
Mary Beard se miró al espejo e hizo recuento de todos aquellos insultos que estaba recibiendo, “fea, gorda, vieja, puta, maloliente, desagradable, mal vestida, mal follada, machorra…”. Mary Beard localizó al estudiante de 20 años que le insultó con "Puta (...)" y habló con él y con su madre. También habló con el autor de una web que colgó una foto de la investigadora con una vagina sobreimpresa en su cara. Charló con ellos y con otros tantos y publicó en su blog la crónica de estas conversaciones  (Elvira Lindo).
Y entonces, Mary Beard, decidió investigar desde cuándo comenzaron los insultos en contra de las mujeres y nos deja una conclusión significativa: “¿Qué pensarías de tu marido, de tu hijo, de tu hermano o de tu mejor amigo si te enteras de que es autor de tan repugnante insulto? Yo me sentiría desazonada y pasaría a explicarle lo que NO aprendió de niño: que las palabras hieren (Daniela Jerez).
Y seguimos hiriendo y dañando. A diario oímos insultos a niños y niñas a quienes se les considera diferentes, sencillamente porque no actúan, no visten, no juegan, como la mayoría. Madres, padres, abuelas, abuelos, profesorado... de manera (in)consciente llamamos y etiquetamos al futuro de nuestra sociedad para que reaccionen, no estimulándole normalmente en positivo, sino penalizando sus conductas con adjetivos en los que la debilidad es femenina y la fuerza masculina. Y estas palabras, por desgracia, son palabras que no se las lleva el viento: el lenguaje nos marca a fuego cómo debemos ser, qué se espera de nuestros comportamientos y actitudes... para toda la vida, hasta que tomamos conciencia, desmontamos y reseteamos prejuicios, estereotipos y creencias que nos hacen daño.

Hace años leía a Anne Phillips:
“El canon liberal insiste en que nuestras diferencias no deberían importar, pero, en sociedades manejadas por los grupos de interés, es deshonesto aparentar que somos iguales. De hecho, mi propia visión de un futuro deseable es de un androginismo algo pasado de moda, y espero que llegue un momento en que ya no se nos trate más como a hombres o mujeres, sino como a personas, Pero una cosa es desear ese futuro y otra muy distinta es querer que las diferencias desaparezcan”. (Phillips, 1998:323).
La diversidad de identidades de género (andróginas, transgénero, posgénero...) quizás nos aporten nuevas miradas del mundo, maneras de ser y de sentir, de expresarnos, de comunicarnos. Y nos aporten mucho para superar dualidades, binaridades (0-1, blanco-negro, X-Y) y bipolaridades que nos alejan de los matices de nuestra grisácea realidad compleja.
Identidades de género vía Wikimedia Commons

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